Mi primera entrada en este blog es una reflexión sobre la recientemente terminada edición de Expoliva y lo que rodea al sector del olivar que, como muchos otros, está atravesando un mal momento. Circunstancias coyunturales como la retracción de la oferta, la pérdida de puestos de trabajo o el cierre de empresas son comunes a otras actividades económicas.
Lo preocupante es que estas dificultades no pueden hacernos olvidar los males estructurales que llevan mucho tiempo sobrevolando nuestras cabezas como una bandada de rapaces. Casi da miedo enumerar algunos de estos "buitres", como la concentración de la demanda del aceite de oliva en unos pocos compradores, la fragmentación de la demanda en centenares de pequeños fabricantes, la existencia de un volumen alto de oleicultores que no se dedican profesionalmente a la actividad, la miniaturización de las explotaciones, los costes astronómicos de producción (salarios, combustibles, cotizaciones)...
¿Qué se ha hecho para mejorar alguno de estos aspectos?
Aparte de conceder subvenciones que no tienen nada que ver con el estímulo a la producción o a la calidad, me parece que no hay mucho que decir.
La promulgación de la Ley del Olivar y la Ley de Sociedades Cooperativas Andaluzas o la creación de la Organización Interprofesional del Aceite de Oliva han sido iniciativas más efectistas que productivas y el sector aún se pregunta para qué sirven. Mientras tanto, existe una real demanda de aceite de oliva de calidad en muchas partes del mundo, pero nadie se ha preocupado de informar a los productores de qué tienen que hacer para vender sin depender de los canales tradicionales de venta.
Cuando hace una semana paseaba entre los participantes de Expoliva sentía cierta alegría de ver el esfuerzo que se derrocha para seguir adelante a pesar de las dificultades. Pero, en el fondo, me preocupaba que no dejaba de ser un optimismo a ciegas. La maquinaria de las almazaras no se fabrica en Jaén (ni siquiera en España, la mayor parte de ella) y el aceite llega ya de casi todos los rincones del mundo.
Me entristece pensar que se nos ha pasado el tiempo en que podíamos decidir qué queríamos hacer con nuestro olivar. Ahora (hace mucho), otros piensan por nosotros.
Estoy convencido de que el sector del olivar tiene futuro si se concentra en sí mismo y empieza a soltar los lastres de hacer las cosas como siempre se han hecho. Seguramente muchos se quedarán por el camino, pero los que resistan serán más fuertes. No podemos esperar que nadie nos diga cuándo comenzar. La decisión es nuestra.
Lo preocupante es que estas dificultades no pueden hacernos olvidar los males estructurales que llevan mucho tiempo sobrevolando nuestras cabezas como una bandada de rapaces. Casi da miedo enumerar algunos de estos "buitres", como la concentración de la demanda del aceite de oliva en unos pocos compradores, la fragmentación de la demanda en centenares de pequeños fabricantes, la existencia de un volumen alto de oleicultores que no se dedican profesionalmente a la actividad, la miniaturización de las explotaciones, los costes astronómicos de producción (salarios, combustibles, cotizaciones)...
¿Qué se ha hecho para mejorar alguno de estos aspectos?
Aparte de conceder subvenciones que no tienen nada que ver con el estímulo a la producción o a la calidad, me parece que no hay mucho que decir.
La promulgación de la Ley del Olivar y la Ley de Sociedades Cooperativas Andaluzas o la creación de la Organización Interprofesional del Aceite de Oliva han sido iniciativas más efectistas que productivas y el sector aún se pregunta para qué sirven. Mientras tanto, existe una real demanda de aceite de oliva de calidad en muchas partes del mundo, pero nadie se ha preocupado de informar a los productores de qué tienen que hacer para vender sin depender de los canales tradicionales de venta.
Cuando hace una semana paseaba entre los participantes de Expoliva sentía cierta alegría de ver el esfuerzo que se derrocha para seguir adelante a pesar de las dificultades. Pero, en el fondo, me preocupaba que no dejaba de ser un optimismo a ciegas. La maquinaria de las almazaras no se fabrica en Jaén (ni siquiera en España, la mayor parte de ella) y el aceite llega ya de casi todos los rincones del mundo.
Me entristece pensar que se nos ha pasado el tiempo en que podíamos decidir qué queríamos hacer con nuestro olivar. Ahora (hace mucho), otros piensan por nosotros.
Estoy convencido de que el sector del olivar tiene futuro si se concentra en sí mismo y empieza a soltar los lastres de hacer las cosas como siempre se han hecho. Seguramente muchos se quedarán por el camino, pero los que resistan serán más fuertes. No podemos esperar que nadie nos diga cuándo comenzar. La decisión es nuestra.
Comentarios
Publicar un comentario